Hay muchísimas maneras de iniciar una familia. Una es con el tropiezo. Ante la dificultad de decidir para dónde vamos, una opción: estuvimos distraídos y finalmente quedamos embarazados. Ante una decisión que se viene posponiendo por no poder dirigirse a la decisión abierta de tener un hijo, se produce el accidente. Un sin querer-queriendo. Varios pacientes en distintos momentos han consultado presentándose con “estamos embarazados”. Es posible que esta pareja ya conviva o no. Y el trabajo en terapia de pareja, se presenta como un armado de familia: ¿cómo empezamos a armar esto para recibir a nuestro hijo? ¿Hay acuerdos? ¿Cómo nombrar esta nueva situación? ¿Queremos tener un hijo ahora? ¿Tener hijos, anula el ser una pareja? Empieza a surgir lo que nunca habíamos hablado. Desde cuestiones de convivencia hasta temas religiosos. Los orígenes de cada uno y las “marcas” que quieren transmitir a su descendencia.
Cuando la palabra aparece como vehículo, se sale de la adivinación. Si bien pueden aparecer malos entendidos, también es una herramienta para empezar a solucionarlos.