Pone un pie y después el otro, como si se tratara de entrar en una bañera de agua tibia. Pero no… son sus pantuflas esas de raso, con dibujos en arabesco, gastadas, viejas… pero tan cómodas, que los pies bailan felices allí adentro. Son un refugio. Si tengo los pies cómodos, pienso mejor, me salen las mejores ideas. En la oficina sólo puedo hacer trabajos mecánicos llenar planillas, armar formularios… unos mocasines duros y brillosos, les dicen guante, pero es mentira. En casa, las pantuflas a las once de la noche y aparece la verdad… las palabras brotan, acompasadas, una tras otra, sin parar, es una lucha cuerpo a cuerpo. Brota del cuerpo, sube desde los pies y logro escribir la idea que tengo ya no sé si en los pies o en la cabeza; nace un cuento que voy a dejar macerar en mi mesa de luz para que madure… Escrito como en los viejos tiempos: con birome Bic y en una hoja de mi agenda. Si no cae en el olvido pasará a la computadora, a formar parte de lo registrable, si no… un bollito anónimo en el tacho de basura.
Historia de las videollamadas
Historia de las videollamadas
Hoy tengo ganas de contarles un cuento. Hace unos cuantos años estuvimos charlando con el equipo de Agencia Clepsidra sobre la posibilidad de incluir el formato de videollamadas para trabajar con pacientes de otros lugares.
Quizás era el año 2017. La propuesta me sonó extraña. Gustavo y yo tenemos nuestros consultorios, están bien ubicados en CABA, cerca del subte, en un lugar muy céntrico y al mismo tiempo muy tranquilo.
Sin embargo el mundo se empezó a mover hacia otro lado. Algunos pacientes muy conocidos pidieron atención a distancia. “Tuve a mi hijo, vivo en Padua, quiero seguir atendiéndome con vos, no puedo viajar hasta allá”. “Tengo horarios muy extensos, trabajo en microcentro, vivo en x, mi día se hace muy largo si voy hasta tu consultorio. Sólo un par de ejemplos aunque podría haber muchos más. Luego empezó la pandemia del 2020. Las primeras dos semanas nadie quería atención por video llamada o por teléfono. Pasado ese tiempo, todos empezamos a movernos y a incorporar en las videollamadas actividades que nunca habíamos hecho antes, de esta manera: tomar clases de danza, de inglés, de escritura. Mi amiga Gina varada en otro país dio clases de entrenamiento desde una playa y compartí con ella desde la terraza de mi casa.
Conversar en un grupo de amigos. Hacer un brindis por un cumpleaños. Tuve una hermosa reunión con amigas del secundario, María vive en México! Empezamos a experimentar la cercanía en la distancia. Las formas conocidas de hablar, los chistes.
El cierre de dos semanas se convirtió en un cierre total de unos seis meses. Los pacientes retomaron sus tratamientos por video o por teléfono. Una paciente que vivía a diez cuadras se fue a vivir a un país de Europa. ¿Vos me podés seguir atendiendo? Avanzamos sobre una nueva manera de trabajar. Se volvió cálida, cercana, agradable, posible.
Ahora estamos en eso. Atendemos algunos pacientes en el consultorio. Otros por videollamada. Nos reunimos con gente en varios lugares del mundo, esto se volvió cotidiano y posible.
Lo que vino para quedarse y agradecemos nuestra propia flexibilidad para abrazar ese cambio. Vivirlo como algo que nos amplió la visión del mundo. Un cambio de época.